El limpiabotas

No estarás en paz contigo mismo hasta que no puedas mantenerle la mirada inquisidora a todo el que se pasea delante tuya mientras un negro sin techo te limpia los zapatos de piel de serpiente sentado en una terraza del Tontódromo saboreando un gintonic de Hendricks al lado de una modelo de lencería…

Si no te permites disfrutar de la vida nunca vas a estar en paz, nunca vas a ser feliz…

Mientras no empieces a identificarte con los que lo tienen todo, con los que tienen «suerte», con los que están encantados de haberse conocido, con los que exprimen cada experiencia como si fuese la última… mientras no empieces a reconocerte en su espejo, nunca hallarás la paz que tanto anhelas…

Porque, te guste o no, amigo, allí es donde debes estar, allí es donde perteneces…

En la vida, en este planeta, sólo hay dos realidades donde proyectarse: el amor o el odio, el gozo o la miseria, la risa o el llanto, la alabanza o la crítica, el placer o el dolor, la magia o la monotonía…

Tú, solo tú, decides donde, en cual de los planos quieres proyectar tu energía…

Y, no, no se trata de «abandonar» a los necesitados, se trata de aceptar que ellos, de manera consciente o inconsciente, han decidido proyectarse en el plano del sufrimiento y la necesidad…

Ellos, por causas ajenas a tu alcance y voluntad, han decidido, han considerado, que no merecen aquello que critican.

La pregunta transcendental, por tanto, una vez esquivado el remordimiento católico, sería la siguiente: ¿Qué consideras que te mereces tú?

Lo que respondas, lo que elijas, lo que pidas, es lo que se te dará.

Así de claro… así de crudo o así de maravilloso.

Deja un comentario